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A la muerte de Masinisa en 148, Escipión el Africano dividió el reino entre sus hijos. En 113, Jugurta se alzó contra los romanos y acabó derrotado, tras lo cual Numidia fue gobernada por un rey vasallo de Roma hasta que, bajo Diocleciano, se convirtió en una simple provincia del imperio y finalmente volvió a manos de los bereberes hasta la invasión de los vándalos en 430.

A principios del siglo VI, las tropas de Justiniano I expulsaron a los vándalos y recuperaron el reino para el Imperio Bizantino, que lo gobernó de manera precaria hasta la llegada de los árabes en el siglo VIII.

Los romanos dejaron importantes ciudades en el norte de Argelia, entre las que destacan Iol Caesarea, Tipasa (Tipaza), donde se encuentra una de las necrópolis más antiguas conocidas en el Mediterráneo, Cuicul, Calama, Thubursicu-Numidarum (Khemissa), Madaure, Thamugadi (Timgad), Diana Veteranorum, Theveste (Tébéssa) y Lambaesis.

La islamización de Argelia

La caída de Roma tras la de los vándalos y la inestabilidad durante el período bizantino entrañaron la reconstitución de alguno de los principados bereberes.

Algunos, especialmente por el oeste, resistieron la llegada de los musulmanes entre los años 670 y 702.

Los personajes más conocidos de este conflicto fueron el rey cristiano Kusayla, que venció a Sidi Ocba ibn Nafaa en el año 689, cerca de Biskra, y la reina guerra Kahena, cuyo verdadero nombre era Dihya, que a la cabeza de los bereberes, infligió, en la batalla de Meskiana de 693, una severa derrota en el cuerpo expedicionario del emir Hassan Ibn en Noman, a los que alejará hasta Trípoli.

Tras la conquista musulmana, los ciudadanos del territorio adoptarán la religión islámica (para protegerse contra los ataques de los nómadas) y progresivamente adquirirán la lengua árabe. Bereber, fenicio, latín, árabe, español, turco, francés: la mezcla de lenguas, el “mestizaje lingüístico”, es intenso, dando lugar al árabe argelino (y al árabe magrebí en general) que se mantiene hasta nuestros días.

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